miércoles, 17 de julio de 2013

El escenario horizontal

Tan claro como lo pintara Van Gogh, en nuestra cultura,  el espacio que cada miembro de la familia tiene asignado en forma personalizada dentro del hogar es la cama

Serena, muda y a la vez turbulenta, la noche tiene un metabolismo complejo. La cama, como escenario en el que palpitan experiencias intensas y vitales, ocupa en ella un lugar protagónico.
Tan claro como lo pintara Van Gogh, en nuestra cultura, el espacio que cada miembro de la familia tiene asignado en forma personalizada dentro del hogar es la cama. Otros ámbitos, otros muebles y utensilios, son de uso compartido: sillas, platos, inodoro., nada tiene un único destinatario. Dentro de la configuración familiar, la cama legítima para cada uno un lugar que le es otorgado y mantenido como propio.
Bien lo dijo Anthony Burgess en su libro Todo sobre la cama: "La cama: refugio, prisión, balsa que puede llevarte flotando por un mar de sueños o hundirte en remolinos de una pesadilla, altar del amor o de la muerte, instrumento de la fantasía, símbolo de estatus o simple objeto en que tenderse cuando se está cansado. La cama puede ser cualquiera de estas cosas y más..."
La cama single de la infancia suele, por entonces, ser un lugar resistido. El niño al acostarse disminuye sus recursos frente a la angustia, y en el caso específico de la noche, queda solo, a oscuras, con temor a vivir esa transición hasta "ir resbalando hacia la inconsciencia", como dice José Saramago en sus Pequeñas memorias. Es también un lugar de ocultamiento debajo de cuyas sábanas se encubren exploraciones y juegos sexuales infantiles, incipientes y excitantes.
La variante joven de la plaza y media aloja con un margen de ambigüedad acorde a las oscilaciones y vaivenes en que consisten los adolescentes.
La cama doble es la del dormir acompañado, la de la sexualidad de los más grandes, la del en-camarse, la que deja a los hijos (cuando las cosas andan bien) de la puerta para afuera. Esa cama parental es la que se convierte, para los niños, en el somnífero más eficaz a la hora del lobo, capaz de ahuyentar fantasmas y de dejarle convivir con la ilusión de que tiene alguna chance, mientras está ahí, de no quedar excluído de la cama uterina de la cría humana en colecho, en su tiempo fetal extra uterino de 24 meses
Consultar con la almohada es otra manera de aludir a la cama, esta vez como lugar de saber, como ámbito de introspectiva reflexión. Caer en cama y tener que guardar cama es otra variante en torno al mismo espacio. Aquí se trata de un reposo necesario, sede del estar enfermo.
De la cama, de dónde y de cómo se duerme, de qué clase de espacio es aquel rectángulo narcisista sobre el que acontecen tantas cosas, ya se empezó a ocupar mi abuelo. Él era colchonero y trabajaba con su cardadora removiendo zonas apelmazadas y anudamientos que pudieran perturbar el dormir. Que cada durmiente pudiera entregarse al sueño con placidez. Quizás en él se inspira mi inquietud por este tema. Valga también la inclusión del diván del psicoanalista. Es la posición horizontal aquella que Freud propone para el análisis, por considerarla propicia para pensar y asociar libremente.
La cama es también lugar de ensoñación, puerto de partida de viajes y recorridos imaginarios que nos transportan sin condicionamientos por el universo del deseo. Algo de la obra del artista plástico Guillermo Kuitca trabaja sobre el juego entre la cama y el mapa, como si se tratara de una cartografía del sueño. Una de sus obras paradigmáticas es una instalación de 54 camas pintadas con mapas sobre la superficie de cada una. Así, Kuitca conjuga la intimidad de la cama con el anonimato de los mapas y planos trazados sobre los colchones de sus instalaciones. En dichos escenarios, lo público y lo privado (e íntimo), lo placentero y lo doloroso, lo imaginable y lo irrepresentable, se entrelazan aun sin la presencia visual de sus protagonistas.
La horizontalidad como posición fuerza a una entrega. Entrega necesaria para hundirse en el sueño y ausentarse por un tiempo, de uno mismo, de la mirada de los otros, del mundo. Allí la propia cama es nuestro sostén, colchón de nuestros sueños y testigo mudo de los latidos oscilantes del vivir, desde el comienzo al fin.


Por Susi Mauer para LA NACION
Psicoanalista
Agregado de Jorge W. Diaz Walker
Medico

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