jueves, 5 de julio de 2012

TIGRE!!! HIJO DE TETA!!!


La joven


Los domingos en casa era todo a media marcha, en invierno se disfrutaba más el solcito en la galería y después del asado por ahí me tironeaba alguna imagen y como ese era mi rancho natal, había mucho para ver.

Una de esas tardes viniendo del fondo me pareció verlos, al volver a pasar sellé la imagen, y en la cocina la terminé de vislumbrar: Estaban los dos en el piso de mosaico sobre una especie de frazadita, ella se apoyaba un tanto sobre la pared, 20 años tendría la joven, una antigua malla negra resaltaba su blancura, no le quitaba los ojos al pequeño y le jugaba amorosamente mientras él le mamaba un pecho. De que manera miraba ese bebe a su mamá y ella al él!!, parecía que el mundo y sus cosas no tenían importancia. El divino ensamble, la fusión inmaculada. Se había detenido el tiempo a propósito por ellos. 
Y mirándolos ¿Quién podría decir que las manecillas seguían girando? 
Era muy chica para comprender lo que ocurría, pero muy madura para disfrutarlo, le sacaba de la boca el pezón unos segundos, jugando, cuando el bebe comenzaba una rabieta, ella le hacía jueguitos, o lo alzaba con su brazo libre y le mordizqueaba la panza, haciéndolo reír. Cuándo él ya no reclamaba, ella, le volvía a dar su teta, acariciándole la cabecita de finos y tersos pelillos, pensando quién sabe, que no quisiera que crezca, que siempre fuera su niño y que ella siempre lo pudiera cuidar. 
Era bella y joven la mujer, bello y fuerte el crío, de la belleza que se envidia, que molesta, que se quisiera robar, aún más cuando él se alimentaba y ella daba de alimentar, como en un círculo completo e independiente donde nadie pudiera entrar, donde nos tocaría mirar, y con el mayor de nuestros silencios, el privilegio de espectar. 
Sabio Jorge Diaz  Walker cuando dice que todo lo que el joven necesita en sus primeros tiempos por esa templada vía va, si no había más que mirarlo chupando, los ojos fijos en mamá, la manito tomando su dedo índice y esa garganta, sonando a saciedad.     
Eran dos privilegiados seres inmersos en un amor incondicional usurpando un espacio de mi galería (que quizás en realidad aún hoy les pertenece) especialmente iluminado por el sol, sin prestarle atención a nada, excepto a ellos mismos.
Después de un rato y de unos buenos amargos que me solía dar la cocina de vez en cuando, no quise asomarme por la ventana y ver la galería, por si acaso no estuvieran ya más ahí, en el piso felices. Y cuando tuve que pasar, con destino al fondo, miré para otro lado, con tal de no romper el hechizo. Cuando vino la noche, sí miré aquel rincón de la galería, donde ya no habitaban esos dos, y terminé (para mi consuelo) asociando aquella imagen solo con el día, y mejor aún, con la luz del sol.

Promediando la jornada de trabajo semanal pasé a saludar a mi madre y le describí lo mejor que pude la imagen, cuando la estaba terminando de detallar ella se levantó de la mesa y se apartó por unos minutos, yo, impaciente caminé de un lado al otro el pasillo preguntándole si se encontraba bien, al volver, sin percatarse de mí, secó sus ojos con el delantal de cocina que todavía llevaba prendido.
No hice más que preguntarle ¿Ma, lo nuestro fue maravilloso no?. Ella tomó fuerte mi mano y mirándome a los ojos dijo: Si hijo mío, lo nuestro siempre será maravilloso! 


                                                      D.R.F. 

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